Un lugar en el cielo
En el capítulo anterior, Jesús, habla de la muerte y se despide de sus amigos y estos lógicamente se entristecen.
Por su encarnación en María, el Señor adquirió un cuerpo, un cuerpo humano, mortal, que, como todos, en algún momento debe abandonar. Este cuerpo, es como una tienda de campaña, una vivienda, eventual y pasajera.
La mentalidad posmoderna, nos lleva a desconfiar de todo. Muchos llegan a pensar, por la juventud o los gozos que trae el dinero, que este cuerpo no va a tener fin. Pero la catequesis de la humildad que nos trae la vida, nos va a enseñar a despojarnos de los préstamos que la vida nos hace, aunque, para muchos esta sabiduría llegará tarde.La vida eterna comienza en el instante mismo que se abre la puerta que la muerte tiene cerrada y pasamos al otro lado para un encuentro que nos va a sorprender.
Jesús les pide que hagan un acto de fe en Él, a pesar de las emociones y sentimientos del momento. Jesús sabe que la fe disuelve el miedo y la tristeza y engendra el valor necesario para seguir adelante. Les consuela con un anuncio que también los desconcierta: “Me voy a prepararos un lugar en la casa de mi Padre, que tiene muchas estancias”; “Cuando todo esté listo, volveré y os llevaré conmigo” y “Estaréis siempre conmigo”. Tomás, Felipe y todos los demás tienen ansiedad por saber más, Necesitan datos concretos y pruebas. En sus cabezas, se agolpan muchas preguntas sin respuesta: ¿Dónde está la casa del Padre? ¿Cómo es? ¿Cuántas habitaciones tiene? ¿Cómo está construida? ¿Cómo es aquel lugar? ¿Te vas pronto? ¿Cuándo volverás? ¿También yo tengo un lugar?El diablo, infunde miedo y dudas en el corazón de los discípulos. Por eso, Jesús, les invita a mirar sus vidas nuevas, a recordar sus palabras, los milagros, las vivencias compartidas y a no pedir más pruebas. Les recuerda que son testigos de muchas maravillas.
Para entender un poco mejor esto, podemos acudir a Pablo en su 2ª carta a los Corintios, concretamente, en el capítulo 5, donde nos dice: “Sabemos que esta tienda de campaña que es nuestra morada terrena, es decir, nuestro cuerpo, se desmorona fácilmente” por eso, continúa diciendo, que suspira por la morada celeste que es eterna y no está construida por los hombres. Es construcción de Dios. Aquí hay muchas cosas interesantes para llenar nuestro corazón del Espíritu de Dios y ahuyentar tantos miedos y dudas sobre la muerte.
En primer lugar, San Pablo, dice con firmeza: “sabemos”, no dice suponemos, ni esperamos, ni nada parecido. Es algo contundente, cierto. Tengamos nosotros también certeza de que después de la muerte, vamos a tener un juicio con Dios y un destino eterno. En lo que todos estamos de acuerdo es la precariedad de nuestro cuerpo, similar a la tienda de campaña. Es sólo para un tiempo, más bien breve. Aunque muchos vivan como si no fuesen a morir nunca, ni a enfermar, ni a envejecer.
Pablo, ya ha renunciado a “decorar” su cuerpo terreno, y vive para lo más importante que es su cuerpo espiritual y eterno, para lo que jamás se acaba. A nosotros el Señor también nos pide que hagamos un acto de fe por Él. Pero no de rutina, como el credo de cada domingo en la Iglesia, que terminamos diciendo: “creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Amen”
La costumbre de recitar el credo es muy antigua, (la podemos ver en Deuteronomio 26). Donde, una vez al año el campesino tenía que poner en una cesta las primicias de los productos del campo y presentarlos al sacerdote. En ese momento hacia una profesión de fe diciendo: “Yo declaro al Señor que he llegado a la tierra que el Señor juró a nuestros padres”. Seguidamente el sacerdote tomaba la cesta y la ponía ante el altar, y el campesino continuaba diciendo: “Mi padre fue un arameo errante que bajo a Egipto y se hizo una nación grande. Los egipcios nos maltrataron, clamamos al Señor, y nos escuchó. Y el Señor nos caco de Egipto con mano fuerte. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra que mana leche y miel y ahora traigo las primicias de los productos del suelo que el Señor me ha dado”
Aunque es la misma historia, la fe de los padres no sirve. Hay que hacerla personal. Mis padres ayer entregaron su primicia, pero, yo hoy he trabajo mi tierra y debo entregar la mía. Lo he sudado yo, son mis frutos. Además, la fe debe ser proclamada en voz alta. No basta con creer en el silencio del corazón. Hay que expresarla con valentía, en público. Lo que no se expresa acaba siendo insignificante. No somos valientes, nos da mucha vergüenza hablar de esto, y sin embargo, otros hablan abiertamente de otras fes, de la reencarnación, karma, y de cualquier ocurrencia o superstición.
La fe que nos pide Jesús, es mirar las obras que Dios ha hecho en mí, en nosotros. Teniendo como guía el Credo que recitamos los domingos, sería bonito redactar cada uno su propio credo para que tus hijos o nietos lo puedan leer. ¿En quién crees? ¿Hay algo que tú has experimentado y fortalece tu fe? ¿A que no estarías dispuesto a renunciar de ninguna forma en tu vida? ¿Cuál va a ser el epitafio de tu sepultura? ¿Tú tienes un sitio en el cielo?
Un ejemplo de fe concreta es la de Job: “Yo sé que mi Redentor vive y que al final se levantará. Después de que me quiten la piel, ya sin carne, veré a Dios. Mis propios ojos lo verán”
El cielo no es un lugar físico entre las nubes, Jesús habla de un edificio construido por Dios, no es de piedra, pero tiene un cimiento mucho más sólido y profundo que la tienda de campaña que el hombre puede levantar sobre la tierra. Quien se ha acostumbrado a vivir en una tienda de campaña y de repente pasa a vivir en un lujoso hotel a todo confort, le puede parecer un sueño irreal. Así es el cielo para nosotros.
Hay una continuidad entre la vida de la tierra y del cielo. Seremos los mismos que somos en la tierra, en el cielo. La muerte de nuestros padres, hijos, amigos, hermanos, produjo tristeza en nuestro corazón en la tierra. Cuando se dé el encuentro con ellos en el cielo, será una alegría inmensa, será una fiesta eterna.
Los que hoy tenemos a Jesucristo como Señor, al final de la única muerte que vamos a experimentar, se nos dirá a cada uno: “ya está preparada tu morada, ven conmigo”. Mientras llega ese momento, vivamos con esperanza, aprovechando para saber desprendernos con alegría, de tantas cosas que son pasajeras, de tantos afectos que nos dejan sabor a muerte, de la juventud que perdimos, de la familia que tuvimos, del cuerpo que nos han prestado.
¿Tú tienes un lugar en el cielo?