reflexiones de un

CURA DE PUEBLO

La Samaritana y el Coronavirus

Esta mañana he recibido una llamada de una persona relativamente joven, pero de alto riesgo de muerte en caso de ser contagiada con el coronavirus. Me hablaba de la lógica preocupación y de que -aunque no tiene miedo a la muerte-, no se sentía preparada para presentar su vida ante Dios y ser juzgada.

Sus deseos son que esta “plaga” pueda acercarle más a Dios. Ese corazón prestado que late en su pecho, está lleno de gratitud por todo lo recibido y especialmente por los últimos años de su vida –que es donde ha conocido a Jesucristo- y ha visto la renovación que está operando en ella el Espíritu Santo. Pero queda una parte oscura de su pasado, de sus pecados, de sus miedos y dudas y pedía que orase por ella.

Esta última pandemia que nos ha trastocado la vida nos está poniendo ante una realidad que para muchos estaba trasnochada en el desván de los recuerdos. Nos ha puesto de cara a la trascendencia: la vida es muy frágil, no depende de mí. Impresiona mucho ver al maravilloso personal sanitario revestido de esos trajes tan aparatosos para su aislamiento y protección cuando atiende al vecino enfermo. Cuando algunos conocidos comienzan a dar positivo del coronavirus, se nos pone un nudo en el estómago. Nos volvemos a plantear el eterno tema de la muerte y del más allá. ¿Qué nos encontraremos al otro lado?

Ni hoy ni mañana podré predicar ni en la parroquia ni en la comunidad sobre el Evangelio de la Samaritana y quiero hacerlo aquí, por escrito y en este marco ambiental un tanto apocalíptico.

Hay una relación directa entre la escena del pozo de Samaría y la Cruz del Gólgota. Ambas escenas están iluminadas bajo el sol del mediodía; en esos dos momentos es la “sed” la palabra que asoma por los labios de Jesús; y los dos escenarios está situados a las “afueras”.

El Espíritu Santo tiene nueve símbolos que lo puede representar y entre ellos está el AGUA. El agua viva es presentada como DON de Dios y es lo mismo que hablar del Espíritu Santo.  El agua brotó del costado de Cristo precisamente en la Cruz, donde el Sediento da de beber a la humanidad entera.

Todo contiene agua, esta es imprescindible para la vida, desciende en forma de lluvia desde el cielo y transforma la naturaleza, pero respetando los efectos de los diferentes. Produciendo la misma agua- un dátil en la palmera y una flor en el rosal. El mismo Espíritu en cada uno de nosotros produce un fruto diferente de acuerdo a nuestra naturaleza.

El evangelista Juan, siente cierta predilección por la tierra de Samaría e inspira otro paralelismo que me viene al pensamiento: es la mujer samaritana con la esposa casquivana y también samaritana del profeta Oseas. Estas samaritanas con un pasado representan lo viejo, los errores cometidos y los miedos que mi amiga expresaba en la llamada telefónica con la que comenzaba estas líneas.

La sed representa todas las insatisfacciones que están en la raíz de todo hombre que es la de amar bien y ser bien amados. Hoy el mundo ofrece sucedáneos con fechas de caducidad –ajenas al buen amor- y con miedo al compromiso. Dirá Jesús: “me dejan a mí que soy manantial y se hacen cisternas agrietadas”.

Esta mujer poco a poco se va llenando de admiración y respeto por Jesucristo. Se da cuenta de que sus ojos puede ver su vida –tal cual es- sin alarmas ni escándalos. Que es mirada –del todo- con misericordia. Mira el cántaro que lleva en sus brazos y se da cuenta que ahí cabe lo que le quita la sed un rato para volver a tener sed. Demasiado peso para tan pocas satisfacciones. En ese cántaro están significados todos sus hombres y todos sus amores de malquerida. Ahora le estorba, le pesa demasiado y lo deja junto al pozo, para volver a la ciudad como anunciadora del Señor. Cuando uno deja el cántaro de sus cosas mundanas a los pies del Señor se da cuenta de lo libre que es para volar. 

Otro tema es el “verdadero culto”. Eso es para aquellos que tienen a Dios como verdadero Padre porque han renacido del agua y del Espíritu. Es decir, que, por su bautismo, se sienten elegidos, consagrados, santificados como adoradores del verdadero Señor. Ya no necesitan un templo; el verdadero templo es su propio cuerpo.

Le dije a mi amiga lo que tantas veces nos han dicho: “No tengáis miedo”. Hay un amor por encima de todo. Siempre va a existir esta tensión entre lo carnal y lo espiritual, hasta el último suspiro. Este jinete del coronavirus que vacía las calles, atemoriza nuestro corazón y deja sed en nuestras bocas, no va a poder con nuestra esperanza. Tu vida –mi querida amiga- es maravillosa, tal y como es, un templo que contiene alabanzas al Espíritu. Tiene una dirección que apunta a ese cielo que llueve los siete dones. 

A pesar del confinamiento en casa, el amor de los hermanos de la comunidad nos sitúa unidos junto al pozo donde está sentado Jesús, esto es un anticipo del otro lado. Un gran amor nos espera.