Seguir a Jesús
Mateo 4. “Paseando por el mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”
Comenzaré recordando algo evidente: seguir es ir detrás. Lo cual significa, no adelantarse, aprender mirando y escuchando; renunciar a tomar la iniciativa de caminos que pueden parecernos mejor.
Dos son las cosas que les pide Jesús a sus seguidores: primero acompañarlo y después hacer las cosas que Él hace con los hombres: anunciar la Buena Noticia, escucharlos, sanarlos, liberarlos, iluminarlos, etc.
Somos pocos los que estamos en la comunidad o en la parroquia, por eso habrá que sacar fuera –al mundo- todo nuestro testimonio y dar razón de nuestra vida con Jesús.
Esta tarea trasciende, es decir, va más allá de uno mismo. Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran pescadores de peces. Esto quiere decir que su primer trabajo era algo temporal, para este tiempo, para comer pan cada día que se pone duro y perece.
Pero Jesús los quiere para ser pescadores de hombres, es decir para algo que tiene que ver con la vida eterna; para un pan que no perece.
¿Realmente nos hemos parado a pensar en la eternidad? Dedicamos muchos pensamientos y preocupaciones a las cositas de aquí, del día a día, pero escasea nuestro anhelo de cielo. Por eso me resulta más fácil dar una palabra en un funeral, porque te pone de cara a una profunda realidad que te espera: la muerte. En el “cajón” no se meten las preocupaciones, ni las noches sin dormir, ni las llaves de piso que pagaste poco a poco a lo largo de la vida, ni las llaves del coche, ni las tarjetas del banco, ni el teléfono móvil, ni tan siquiera el último like.
Sólo dos cosas te llevarás al otro lado: en primer lugar, tu relación personal con Jesús. Esos ratos de oración que son conversación llena de desahogo y de luz. Esos momentos que te pusieron la piel de gallina, porque viste como pasaba su Espíritu por tu vida: en alguna Eucaristía, en la liberación de tus pecados y aquel tiempo y dinero que diste con gusto porque algo te conmovía.
Y por otro lado, ligadas a ti para siempre estarán aquellas personas que por tu intervención descubrieron a Jesús, entraron por vez primera en la Iglesia o volvieron a ella como el hijo pródigo después de mucho tiempo. Esos corazones que fueron consolados con palabras de sabiduría y no de ciencia. Esa luz que de forma sencilla pusiste en los ojos ciegos. Ese gesto que –por amor de Dios- puso en pie a una persona rota.
Con los apóstoles, Jesús parece tener prisa, les exige una respuesta inmediata. El “Sí” no se puede posponer, es ahora o nunca. Te pide que dejes tu vida como está, sin terminar, sin despedidas. Porque es urgente que muchas personas que Dios va a poner en tu vida, escuchen de tus labios la Buena Noticia y vuelvan su corazón a Dios. Tú estás puesto para hacer cambiar de camino a personas muy cercanas de tu vida cotidiana. ¿Por qué nos cuesta tanto invitar a venir a la Iglesia a la gente que amamos?
Estoy pensando que las familias hoy no tienen casi tiempo para descansar el domingo, para venir a la Eucaristía todos juntos, ni para venir a catequesis, ni para orar. El tiempo se ha paganizado y se ha convertido en un holocausto a los ídolos del mundo.
No puede uno dar un paso con tantas cosas materiales, con tantas preocupaciones económicas, con tantos lazos afectivos, con tanto ocio, con tantas ansias. Es imposible seguir así a Jesús.
Pedro que ha soltado todo eso, pregunta si merecerá la pena y el Maestro le responderá que sí. Que jamás le faltará nada, que multiplicará su casa y su mesa por cien y que después, en el tiempo más importante (el que nunca se termina) gozará de la fiesta del cielo con todas esas personas que amó y salvó de un tiempo muerto.
La salvación es por pura gracia de Dios, pero la recompensa es por las obras de tu vida. Por los hechos concretos.
El cielo muchas veces me lo imagino como un enorme auditorio, donde caben todos. Pero lo mismo que sucede con las jerarquías angélicas hay diferentes aforos: butacas de patio, palcos y por último los “gallineros” en la lejanía y las alturas. Cada uno saca su entrada con hechos de la vida, más cerca o lejos del espectáculo que es la visión de Dios. El lugar exacto lo determinarán tus obras.